En gran parte de los capitulillos no hay orden temporal y más que historias al uso son como piezas revueltas de puzle o fichas desordenadas de dominó, mundos donde se mueven y respiran los personajes. Los versos, al modo del coro en el teatro antiguo, hacen de estribillos que interactúan con la historia central. Los pasajes en negrita sí cuentan con orden sucesivo, donde hay antes y después. En el diálogo final no existe el tiempo.
Tardó en dormirse y tuvo una pesadilla. En un paisaje ciego, veía vacas fulminadas y penitentes cojos llevando cruces procesionales, detrás venía un monaguillo aspergiendo un incensario fétido y otro haciendo sonar su campanilla desafinada, luego venía don Narito persiguiéndola a la vieja con intenciones oscuras y después la bendecía con una mano amputada. Ella rezaba en un latín raro. —Liberum atque conspiter in omnia mundus santorum bonorum est. Ibi calens latinato particula tibi in panibus deictunt male. Amen.
«Échame pacá los labios, que te chupe yo un besito». Soltó una carcajada, se me rindió y yo chupé. «Haz de mí lo que quieras, papito». Y después de chingar me dijo: «No se lo diga al amo, que no quiere que temple con blanco». «Oká», dije yo. Luego un buchito de café, un traguito de ron, candela a un tabaquito y ya. Chiao, pescao. Bueno, no, alguna vez a los nueve meses recibí noticias que no esperaba. Qué contratiempo, compañero, pero después... Mi dinero me costaron aquellos revolcones, caballero, porque mantener contenta la minga cuesta lo suyo».